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2001 (mi) odisea del espacio

Updated: Jul 15, 2020


"Tienen que darse cuenta que nadie puede equibocarse!!!" decía el mail (en la empresa no hay lugar para h-errores!).


"Esa tapa es una verga!!!"

Por teléfono, mi jefe no tenía problemas ortográficos, y en persona, menos: con un muestrario de color en la mano, un Pantone de miles de tonalidades exhibidas en cuadrados de un centímetro, gritó:

"ESTE CELESTE QUIERO!!"

poniendo enfáticamente el dedo índice sobre el fucsia.


Tampoco estaba permitido recordarle que era daltónico.


"ESTE ES TU SEGUNDO ERROR!! Otra revista que no puedo mostrar en USA!!" Merry Christmas babe, bienvenida al tercer mundo. La ciudad llena de luces y papel de regalo y una como si fuera la estepa, pero en una oficina con cincuenta grados de sensación térmica por el acoso laboral y la falta de aire acondicionado.


Un loft en el edificio-cripta del barrio más caro de la ciudad, con ventanales enormes para insolarme mejor, y sin baño, para recordarme que la compañía tiene tolerancia cero para los populistas que tomamos mate. Una oficina que parece un conventillo de nuevos ricos, donde cada uno hace un personaje como en la torpe primera clase de un curso de arte dramático. Twinkle twinkle little star. Llega el árbol de Navidad que manda Desechos Humanos. Después del despido masivo de la semana anterior, las veinte humanidades que lo sobrevivieron lo rodean perplejos:

"Hay que armarlo (es un Do It Yourself)".

"NO, vamos a dejarlo ahí, para que se den cuenta."


Cuenta de qué se van a dar, si no vienen nunca a este manicomio? Por qué una queja silenciosa? Hagamos algo de verdad, incendiémoslo (murmuro en mi cabeza y me pregunto por qué ignoran mi sugerencia).


No importa, los placeres de trabajar en un espacio abierto con otros veinte compensan cualquier cosa. Ese espíritu de equipo, esa camaradería excepcional de las empresas que nos exigen que nos pongamos ¨la camiseta¨, y nosotrxs hasta dormimos con la puta camiseta, cuando no nos quedamos trabajando toda la noche para cumplir deadlines.

Porque no somos los más eficientes del planeta, hay que confesar. El equipo, como es creativo, odia horarios, rutinas, entregas, y, sobre todo, el silencio.


Uno en particular ganaría las olimpíadas en vivir al pedo. Es un pendejo de ojos celestes (algo muy importante en estos ámbitos, a la hora de seleccionar personal), que jugó al rugby en el club más pedorro del país pero toma prestada toda la imaginería de los clubes tradicionales de las ¨buenas¨ familias y se siente un Campeón. Se cree grande cuando es obeso, su madurez mental es de trece años pero dejó embarazada a la novia mayor que él y ya tiene dos hijes con una mujer que se dio cuenta de que al reproducirse con él, ella tiene tres. El se pasa el día (los meses) con diarrea verbal, gritada a todo el loft con la voz impostada, cavernosa, sin parar - debe tener su mérito, esa capacidad de lo que en el Gran Norte eficiente llaman ¨mental dump¨ en continuado, es un volumen de ¨dump¨ que podría llenar una radio gratuita para rugbiers. Pero cuando llama su ¨Vidi¨ se le pone la voz finita y tartamudea excusas por no haber pedido aumento por quinta vez este mes. El vocifera chistes malos todo el día y se hace difícil escribir con esa radio de fondo. Pero hoy supera todo, todo, todo lo aguantado en silencio hasta ahora:


"Estás para terminar en una zanja, JEJEJE!"

le grita a la chica más linda de la oficina, que le sube el volumen a sus auriculares. El se queda festejando su humorada sobre la noticia policial del día y yo, incrédula, lista para saltarle a la yugular si ella da la orden. Pero la chica más linda de la oficina es demasiado cool para eso, lo mata con la indiferencia. Y yo me quedo con toda esta adrenalina estacionada en el cuerpo, diciéndome por milésima vez que tengo que fingir que pertenezco.


Cuando lo llame su "Vidi" le cuento que anda insul-alabando a otras. Me acuerdo de Camila, su hijita tierna de año y medio, que en cuanto crezca le va a cobrar al gordo todos los chistes misóginos con lágrimas de novios abusadores. Me hundo en mi ensalada en mi pedazo de escritorio colectivo, y me quedo mirándola sin tocarla, con la mándibula desencajada de furia, y la tiro al cesto de papeles, por una vez mi sano apetito superado por este descerebrado que ni se entera de lo pelotudo que es.




















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