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noche vieja en madriz


La calefacción madrileña tiene fuerza propia. Cuarto de hotel. Dos mujeres cenan en ropa interior como si fuera fin de año en algún lugar soleado del mundo. Bailan, brindan, se visten, se terminan la primera botella, se maquillan lo mejor que pueden y se van a la Puerta del Sol, con una cámara descartable (antes de los móviles con cámara) y veinticuatro uvas en un tupper.


La castaña va de rojo y la rubia de azul, con una bolsa enorme más alta que ella. Le piden al conserje que les saque una foto junto al árbol de navidad, están felices. La de azul, impaciente, para un taxi, son casi las 11 y no se pueden perder nada. El chofer atiende su móvil y se oye al hijo regañarlo por estar llegando tarde a cenar. Pelado y cincuentón, cabecea, se excusa en las pasajeras y promete apurarse. Cuando ellas bajan, se desean Feliz Año Nuevo. Todos se desean feliz año nuevo. Todos caminan en la misma dirección, sobre todo los que hablan alemán, inglés, italiano y francés. Los demás se quedan en casa, a ver la Puerta del Sol con las cámaras de TVE, que tiene cinco camionetas junto al El Corte Inglés.


Llegan a la Plaza y buscan la Puerta, que nunca aparece. En su lugar hay un reloj, y todos lo miran. La de rojo se imaginaba una plaza repleta, pero calcula un par de miles, lo que demuestra que la masa no es tonta como ella. Su amiga saca la mamadera de Coca y Fernet y se le cae un vestido marrón, que lleva por si la de rojo revienta el suyo de tanto respirar.


Alguien flamea una bandera enorme con los colores del arco iris. El viento la hace imponente. Allá van, a los colores, a la gente que los lleva, a bailar debajo. Los Orgullo las reciben con indiferencia pero terminan cediendo a su entusiasmo. La de azul está tomando todo el fernet y cada vez gana más velocidad, saluda, va a hablar con tres islandeses que también hicieron una banderita, pero tampoco son gente de fácil conversación, y siempre vuelve al Orgullo.


Se sacan fotos, conocen a dos guapos italianos de Torino, que les convidan sidra y se les quedan pegados como viejos amigos. Faltan sólo diez minutos y muchos tiran una nieve-goma de la que todos escapan. Los españoles llevan gorros de Papá Noel y, muchos niños, pelucas. Los cuatro ven un grupo de japoneses cerca y la de azul va a desearles feliz año y de pronto todos se están dando la mano y copiando las reverencias de los orientales. Los italianos ofrecen sidra, llaman Sakamoto a todos, y la de rojo deja de hablarles. Los italianos odian la sidra, por eso la comparten. Hasta que ellas les explicaron que era de manzana ellos pensaban que el champagne español era una merda. Dos minutos para las doce, la de rojo tiene el tupper abierto con las uvas que la de azul amorosamente se ocupó de traer. Y ahora la rubita, en un violento ataque de felicidad, grita, levanta los brazos y las uvas vuelan. Los italianos se ríen, la de rojo las ve flotar en el aire con el reloj de fondo.


Las ve rebotar en el piso, y desparramarse cerca de los dedos de sus pies, que por otro sinsentido del año nuevo están desnudos, en unas sandalias rojas, de invierno. La de azul todavía no se dio cuenta, y ya se acabó el fernet. Ahora todos se abrazan y se besan. Auguri. Alegría, otro año comienza. Paradójicamente, la Noche Vieja está empezando. Aunque para ellas sea el Año Nuevo, sudacas que aún no se acostumbran a subir arriba y bajar abajo. Más saludos, y ahora, a esperar a que llegue el Perro, un porteño descerebrado con aires de alta sociedad, con su voz eternamente impostada en doble grave, y su metro noventa de músculos sobredimensionados. Da igual, algo va a salir, y va a ser perfecto.


Es como si a la de azul alguien le hubiera puesto droga en la mamadera, o demasiado fernet: un segundo se está corriendo la cola y al siguiente se tambalea, pero es la que sabe a donde ir, y se lo anuncia a los demás: Katmandú. Queda cerca, italianos, apañaos. Al final, con un ciego doble –porque además es corta de vista- les pega la cortada que se merecían por haber estado riéndose de los japoneses. Tan digna, encorvada pero esforzándose para no perder el equilibrio.


A la de rojo se le pasa el entusiasmo cuando la ve revolear frenética la bolsa que lleva el capital de ambas. La saca de la plaza por la peatonal donde se tienen que encontrar con el Perro. La rubia está regresando a su infancia, ahora tiene dos años y decidió que Esperar es un concepto incomprensible. Sólo entiende Plaza.


Y aquí empiezan las mejores fotos de la noche: una mujer-momia-roja tirando de un cuerpo azul que empuja débilmente para ir a jugar. Una madre colorada por el gentío, abrazando a su niña y prometiéndole que Ya vamos, el Perro está por llegar. Una niña que se escapa y cinco tipos yendo al rojo.


Quizá las habían estado observando, pero la castaña se los encontró de golpe, rodeándola. Llegó a ver el miedo de la rubia, que corría tambaleante, pero cuando vio que nadie la seguía, se paró a unos metros, en plena peatonal de salida de la Puerta del Sol, a pasos de El Corte Inglés. Y ya no pudo verla. Se encontró tirada bocarriba sobre el capot de un auto, uno de los tipos apretándole las muñecas contra el metal y sonriendo. Y de fondo escuchaba los grititos sin sentido de la rubia, ahes aterradas y débiles. Una foto de esas cinco caras, vistas de abajo, gozando como hienas el miedo que anticipan. El darse cuenta de que no hay modo de incorporarse por la fuerza y correr con plataformas y terciopelo ajustado. La indiferencia de los que pasan. El móvil de TVE estacionado a la vuelta. El guardia armado de El Corte Inglés, protegiendo su puerta. La ausencia de policía. La decisión de jugar la carta que su intuición muestra: una mirada a los ojos del líder que le aprieta las muñequas, una voz deliberadamente calma y risueña, que elige hablar en italiano para defenderse, por lo que le dijeron sus rasgos. La sonrisa lasciva de los cinco transformándose en mueca.


Bingo. La sorpresa de haber sido descubiertos. Se habían movido como uno, sin decir una palabra. Y ella sabe la lengua y la psicología, menciona a su abuela genovesa para recordarles madres. La voz falsamente alegre que no calla porque se sabe arma. Y vence. Los sementales arrepentidos la sueltan en silencio. Mientras se alejan, uno gira y le dice que ellos no son italianos, sino de San Marino.


El Perro llega tarde, como buen argento, y la rubia le grita que quisieron violar a la castaña. El Perro no entiende otra data que Discoteca y Modelo, así que no se inmuta.Vamos. A la Puerta del Sol, camino a Katmandú.


Y ahí está la policía, finalmente, corriendo a las familias que celebraban en la plaza. No están para tonterías de hombres en celo atacando mujeres, son el cuerpo anti-motines, casco y escudo contra adolescentes que antes deseaban feliz año y ahora gritan Hijoputas, sacándole mucha distancia a los bastones de agentes obesos, que se cansan de correr y prefieren asustar. Otra estimulante sorpresa para empezar el año entretenidos.


La rubia se desorienta, el Perro intenta organizar una escapatoria lateral, la castaña sólo piensa en salir del campo visual de los vigilantes. Y de pronto la escena se congela. Los vigilantes, los chicos furiosos y los viejos asustados. Ella misma, su ropa de turista de gala y su cámara descartable.


De pronto se da cuenta: ahí no es inmigrante ni nativa, está de vacaciones, ergo, tiene derechos. Y decide Año Nuevo Vida Nueva, descongela la imagen y se va a sacarles fotos a los policías blindados. Con esa camarita, no la pueden confundir con un reportero gráfico, ni con los chicos furiosos. Y sabe que no quiere que el miedo le arruine más la fiesta.


La vida se hace fiesta con el miedo a raya.

Se acerca a los vigilantes con la cámara en el ojo, ellos le ven las curvas rojas, se paran derechos y sonríen.




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